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A veces dan ganas de modificar el rumbo (aunque sea poco)

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Tengo 56 años, casado, tres hijos y cuatro nietos. (Cuando escribo esto, a mediados del año 2009)
Trabajo en el campo de la salud y en general puedo decir que estoy muy satisfecho con lo que he hecho y hago.
Por situaciones varias había acumulado dos períodos de vacaciones y este año me vi enfrentado a la inevitable decisión de tomarlas o perder parte de ellas.
Las opciones no eran muchas.
Debía salir solo ya que Marta, mi esposa, había sido más valiente y había gastado las suyas y su dinero en ir a la India a ver a nuestro hijo menor JP en febrero.
Yo no me atreví.
La opción de algo tradicional, vale decir tour turístico u hoteles all inclusive, no me atraía. Quedarme en un supuesto descanso sin hacer nada, menos.

Y de pronto una idea comenzó a rondar mi cabeza.

Asturias, de donde se supone llegó mi familia por su lado paterno, comenzó a llamarme.
La vieja historia de las luchas contra el invasor y las argucias que habrían dado origen a mi apellido, en los montes y desfiladeros de esas tierras, se mantenía como un enigma atractivo a develar.
Y más aún cuando en un tardío recorrer en la web descubrí una página del pueblo de
Cienfuegos, justamente en Asturias.

Y al mismo tiempo comencé a recibir noticias acerca del Camino de Santiago.

Santiago de Chile es mi ciudad.
Y Santiago mi nieto mayor seguido por pocos meses por Diego, mi segundo nieto. Basta una mínima información semántica para saber que ambos se basan en el mismo origen.
Esto podría ser absolutamente natural si mi familia fuera especialmente devota del Santo, pero no es el caso.
Al darle algunas breves vueltas al asunto me enteré que el origen del Camino a Santiago en realidad se remontaba en sus primeras peregrinaciones a la ciudad de Oviedo, capital del Principado de Asturias. Desde allí, a poco de descubrirse el sepulcro atribuido a Santiago en Galicia, partieron los primeros viajeros.
Incluso esa ruta, más breve que la tradicional desde los Pirineos o Camino Francés, se llama el Camino Primitivo.

Esto me pareció muy a propósito para mi vaga intención de ocupar alrededor de un mes de mi tiempo en conocer lo que parecían ser mis orígenes e intentar cumplir, si era capaz, una marcha de 15 o 20 días en solitario.
Por último creí que era una buena forma de tener algo que contarle a mis nietos, mientras quisieran oírme.

Así el 2 de mayo del 2009 partí a España con una mochila cargada con muchos temores y esperanzas.