En la primavera del año 711 los árabes bajo el mando de Tarik invadieron la península Ibérica.
Con bastante facilidad, derivada de las luchas entre las diferentes facciones de visigodos y que la población en muchos casos prefirió cambiar nobles y reyes abusivos por representantes de una cultura superior, en pocos años dominaban prácticamente toda la península que bajo dominio musulmán pasó a llamarse Al-Andalus.
La excepción la constituía la región norte de España y la zona de los Pirineos.
En la batalla de Covadonga, Asturias, en el 718 las fuerzas de Don Pelayo derrotaron a los árabes permitiendo el primer núcleo de resistencia y origen del Reino de Asturias.
Para algunos historiadores, los árabes decidieron que no valía la pena gastar mayor tiempo y esfuerzo en conquistar esas tierras.
Ilustrativo es el hecho que en las crónicas árabes de la época se describe a Pelayo como “un asno salvaje”.
La invasión hacia el resto de Europa fracasó en Poitiers ante los francos dirigidos por Carlos Martel en 732.
Los reinos ibéricos en tiempos de Alfonso II
En el año 813 un ermitaño, curiosamente también llamado Pelayo, vio estrellas en el monte Libredón en Galicia. Maravillado lo comunicó al obispo Teodomiro de la cercana Iria Flavia, actualmente Padrón. Este, sin dudar que se trataba de un hecho milagroso, lo acompañó al lugar y descubrieron en la espesura un sepulcro que se atribuyó al apóstol Santiago, el mayor.
La biografía de Jacobo, el de Zebedeo, tiene como es lógico muchos datos confusos o dudosos.
Él fue uno de los primeros apóstoles de Jesús.
Era hermano mayor de Juan y ambos por su impetuosidad fueron conocidos como “hijos del trueno”.
Para diferenciarse de otro apóstol también llamado Jacobo y más joven, se le conoce como el Mayor.
Al adquirir santidad se agregó el San y Jacob o Jacobo fue pasando a Yago, Iago, Diego y Jaime. Santiago en España, Saint Jacques en Francia o Saint James en Inglaterra son entonces la misma persona.
Sabemos además que fue martirizado muriendo por decapitación en el año 44 en Jerusalén por orden de Herodes Agripa.
Existe igualmente la tradición que luego de la muerte de Jesús se habría dirigido a predicar en la península Ibérica donde recorrió las rutas romanas llegando hasta La Coruña. No tuvo demasiado éxito en este intento.
Posteriormente volvió a Medio Oriente donde murió como ya se mencionó.
Sus discípulos habrían finalmente llevado su cuerpo para enterrarlo en los lugares de Galicia donde predicó y donde pasaría ocho siglos hasta su reaparición.
En esos años Europa temía el avance de las tropas musulmanas ubicadas a sus puertas. Incluso el mismo Carlomagno había intentado rechazarlos luchando en España con variado éxito.
Obviamente un hallazgo de esa naturaleza, en una época cuando por lo demás existía un importante culto a las reliquias religiosas, no podía pasar inadvertido.
Enterado Alfonso II, el Casto, rey de Asturias, se convirtió en el primer peregrino de Santiago al viajar desde Oviedo al sepulcro. Una vez allí mandó construir una iglesia en el lugar, año 814, y anunció por todas las tierras cristianas de la Europa medieval la extraordinaria noticia.
Pronto se inició un flujo constante de viajeros que querían rendir homenaje al Santo y obtener recompensas tanto en esta vida como la otra.
Esto hizo crecer villorrios, crear albergues y hospitales, mejorar caminos y puentes y en general organizar a las comunidades para favorecer y proteger ese flujo de caminantes y los intercambios que se producían.
Sin duda existen escépticos que no creen en este hallazgo milagroso y dan más importancia al intento de fortalecer los reinos cristianos en su lucha contra el Islam. Otros incluso piensan que se trata de aún más antiguas tradiciones celtas y rutas romanas que llevaban hasta el fin del mundo conocido o Finisterre.
Como sea no podemos dejar de reconocer que desde ya hace más de 1.000 años existen personas que se lanzan a esos caminos en busca de una meta simbolizada en Santiago de Compostela.
Este incesante fluir de seres de diferentes nacionalidades, ambiciones, capacidades y aptitudes tuvo gran importancia en los intercambios de conocimientos en el medioevo e influyó decisivamente en campos tan diferentes como religión, política, comercio, música y arquitectura.
El hecho de dedicar un tiempo en la vida para realizar ese viaje y lo que esto provoca en el viajero, ha sido motivo de variados análisis y por mi parte sólo puedo decir que sin duda vale la pena.