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domingo 10 de mayo de 2009




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Origen de la vida :

Hace 4500 millones de años se habría formado la tierra y durante millones de años las condiciones ambientales se fueron modificando para permitir en algún momento el surgimiento de estructuras moleculares proteicas básicas que están en el inicio de la biología.
Estas fueron progresivamente aumentando de tamaño y se llegó a lograr algunas muy complejas y con una configuración espacial distintiva.

Al lograr una estructura rodeada por una membrana que las diferenciaba del medio, se originaron las primeras células vivas.

Se estima que la vida apareció en los primeros organismos unicelulares hace alrededor de 3.500 millones de años. Desde ese momento la evolución ha sido un proceso lento y complejo con delicadas modificaciones de acuerdo a las características del medio, buscando lograr cada vez más eficiencia y éxito en la supervivencia de los organismos.

El desarrollo de las especies vertebradas y mamíferas hace más de 200 millones de años fue un gran progreso en la evolución y en ellas están nuestras raíces evolutivas.

En la base de estas mejoras evolutivas está la capacidad de regular en forma eficiente la temperatura corporal, independiente de amplias variaciones ambientales.

El desarrollo de la placenta durante la gestación es otro factor que demostró indudables ventajas evolutivas al facilitar el cuidado y crecimiento del embrión.

Sin duda que un avance de capital importancia lo constituye la especialización de glándulas cutáneas en la constitución de las mamas dedicadas a la producción de sustancias nutritivas y facilitadoras del crecimiento para la cría. De esta forma una vez fuera del útero materno mantiene un estrecho vínculo con la madre lo que le permite recibir los mejores nutrientes para continuar creciendo y facilitar su adaptación al medio externo.
Así el período neonatal de la especie se constituye en un verdadero período de gestación extra uterina. Este hecho queda muy manifiesto cuando revisamos la gestación del ornitorrinco, verdadero fósil viviente, y los marsupiales.

Arborícolas :

Tarsio


El árbol había sido el hábitat de los prosimios y les había brindado cobijo, alimento y protección, permitiendo al mismo tiempo el desarrollo de nuevas características evolutivas.

El desarrollo de la visión constituyó un cambio fundamental. Los ojos de la mayoría de los mamíferos están ubicados a ambos lados de la cabeza lo que da dos imágenes separadas y carentes de profundidad. La vida en los árboles requirió el desplazamiento de los ojos a una posición anterior con visión superpuesta y de ese modo estereoscópica. De forma similar se fue desarrollando la fóvea que es el lugar de la retina con gran número de receptores para lograr agudeza visual y percepción de colores, lo que también se acompañó de mayor desarrollo e incluso aparición de nuevas áreas del cerebro para procesar toda esta información.
Las extremidades tanto superiores como inferiores se fueron adaptando para lograr prehensión, y es dable suponer que en algún momento comenzó un leve desplazamiento del pulgar lo que fue permitiendo una acción de pinza con mejor precisión al coger. Nuevamente esto provocó un aumento en áreas del cerebro encargadas de controlar estas nuevas funciones.

Existe una ley general de la evolución que señala que se va produciendo inexorablemente un mayor desarrollo en tamaño en generaciones sucesivas cuando esta evolución tiene éxito en lograr una adecuada adaptación al medio. Podemos imaginar que cuando esto fue ocurriendo estas criaturas de mayor tamaño pudieron haber tenido más dificultad en permanecer en las alturas de los árboles e indudablemente los más audaces y fornidos comenzaron a explorar el terreno llano a su alrededor.

Se estima que a esto se sumaron cambios climáticos que modificaron los bosques dejando espacios de terreno libre lo que dificultó la obtención de los alimentos, debiendo efectuar desplazamientos cada vez mayores. Esto se produjo especialmente en una región al este del valle del Rift en Africa.

De este modo esta dificultad en lograr la obtención de los frutos y semillas habituales los hizo buscar otras fuentes alimenticias modificando la dieta hacia la incorporación de proteínas animales, con lo que esta se enriqueció.

Esta situación es considerada crucial en la aparición posterior de los seres humanos.

Por una parte se privilegia una postura más erguida para lograr mejor visión del entorno así como para desplazarse arrastrando una presa o alimentos con las manos cada vez mejores en cumplir esta tarea. Esto además lograba cada vez mejor desarrollo del sistema nervioso central.

Esta bipedestación fue provocando a su vez adaptaciones del esqueleto básicamente en las extremidades inferiores, por ejemplo el tobillo y la forma y posición de la pelvis.

Este último cambio trajo como consecuencia la limitación del tamaño del niño al nacer, lo que sumado al mayor desarrollo que estaba teniendo el cerebro dio como resultado el nacimiento de retoños inevitablemente más inmaduros.

En los mamíferos las crías nacen vivas y con grados variables de inmadurez. En algunas especies poco después de nacer el hijo puede ponerse de pie y seguir a su madre, por ejemplo los caballos. Otros en cambio pasan un tiempo más o menos prolongado dependiendo absolutamente de sus padres, en particular de la madre.

El neonato humano es particularmente desvalido al nacer.

Por otra parte esta dependencia inicial casi absoluta posibilita la existencia de emociones y conductas de protección y colaboración cuyo objetivo final es la preservación de la especie, las que se evidencian en el cuidado del recién nacido.

Sin duda estas conductas son características de muchas especies pero precisamente su riqueza y amplitud prácticamente definen al ser humano, marcando la capacidad de dar y recibir amor que lo acompañará toda la vida.



Crías inmaduras al nacer

Si bien la relativa mayor inmadurez al nacimiento era un factor desfavorable en la supervivencia inmediata del bebé, demostró ser indispensable en la aparición de aquellas características de especie que fueron separando al hombre del resto de los animales.

El cuidado que entregan los progenitores a la cría puede considerarse un marcador del nivel de desarrollo de la especie. Así por ejemplo los peces y reptiles en la mayoría de los casos dejan sus huevos en un medio favorable para la incubación y ciertamente nunca se han preocupado mayormente de las crías. Estas sobreviven gracias a los instintos y al número que asegura la perpetuación de la especie.

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Las aves y algunos reptiles en cambio ya demuestran conductas de cuidado de sus hijos como ser el empollar los huevos en nidos preparados especialmente para ellos. Después de la eclosión prolongan los cuidados con la entrega de alimentos hasta que estas pueden desenvolverse solas.

Los mamíferos son las especies que mejor demuestran las conductas de protección de las crías. Comenzando por el hecho de tener la hembra al huevo embrionado en su interior por variados períodos de tiempo.

En el período neonatal se va produciendo un rico intercambio entre la madre y su cría el que se basa inicialmente en instintos. Me parece que a medida que las especies son más evolucionadas entran a tallar factores que están más allá de los simples instintos.

El hecho que el recién nacido dependa casi exclusivamente de la madre teniendo como vínculo la lactancia va estableciendo una relación única entre ellos. A la satisfacción instintiva de las necesidades , se agrega el intercambio de estados de ánimo y afecto, lo que sin duda constituye una base de emociones compartidas entre la madre y su cría.

En esto podemos elucubrar que la preponderancia de estados anímicos placenteros en relación a la crianza favorece un mejor desarrollo de las crías. De esta forma se produce una selección natural hacia aquellas especies o subespecies cuyas madres lograban más éxito en la crianza, lactancia incluida como hecho básico.

Al progresar en la evolución aparecen los primeros grupos sociales.

Hombres

Para estos la vida ya no depende exclusivamente de la fuerza o fortuna si no en la capacidad de desarrollar conductas de colaboración y protección entre los distintos miembros del grupo.
Así podemos imaginar los primeros grupos de homínidos donde conviven varios adultos, tanto hembras cómo machos, junto a las crías en distintas etapas de desarrollo. En estas circunstancias la protección más directa de las crías necesariamente recayó en las hembras y dado que este hecho limitaba su capacidad de desplazamiento asumieron labores de recolección en las proximidades del campamento. Los machos a su vez cumplían labores de caza en sitios más alejados. Sin embargo en la futura especie humana estos roles no debieron ser rígidos. De ese modo la hembra podía ser cazadora y el macho cuidar la prole dependiendo de los avatares del destino, como miles de años después sigue sucediendo.
A mi modo de ver esto explica otra característica humana en la que el macho siempre estará interesado en sus hijos a diferencia de los machos de otras especies mamíferas.

Así también las crías teniendo un período más largo de dependencia van a tener mayor oportunidad de gozar de un proceso de aprendizaje basado en la observación de la conducta de sus mayores.
De este modo el resultado final será un proceso de facilitación del crecimiento de aquella especie más cuidadosa con sus crías, las que a su vez van a ir aprovechando cada vez mejor la experiencia vital de sus predecesores.

En este proceso los antropólogos piensan que están las raíces de la aparición de la especie humana.

Por una parte está la criatura absolutamente dependiente de sus mayores, con un papel fundamental de la madre y la lactancia, y por otro el grupo donde se están desarrollando relaciones sociales cada vez más ricas y basadas fundamentalmente en la colaboración y organización de las tareas entre sus miembros.

Este intercambio obliga a desarrollar sistemas de comunicación cada vez más ricos.

Es mi impresión que la aparición del lenguaje, hecho clave en la humanización de la especie, probablemente se fue favoreciendo entre la madre y su hijo en la quietud del hogar, al amparo inicial de la lactancia. La actividad de caza si bien requiere lograr rápida comunicación, por sus mismas características debe ser sigilosa y basada más bien en mensajes visuales. La aparición del lenguaje, con la capacidad de manejar conceptos abstractos, sin ninguna duda constituye un formidable propulsor de la especie.

Llegados a este punto de la evolución se estima que se produce una potenciación de la humanización con aparición de múltiples ciclos de reforzamiento positivo. De este modo serán superados los simples instintos como llave de la supervivencia de la especie, permitiendo la aparición de rápidas modificaciones de la conducta de acuerdo a experiencias vitales ya no tan solo individuales si no además ínter generacionales.

Esta experiencia transmitida de padres a hijos constituye lo que conocemos como cultura y es indudablemente el logro que permite distinguir al hombre de todo el resto de la creación.

De esta manera la conducta de la especie va a depender inicialmente de la herencia genética y básicamente de los instintos, pero esto será mejorado por la experiencia individual y, sin duda en la cúspide de la cadena del desarrollo, por la experiencia acumulada en las sucesivas generaciones.

Esto constituye una verdadera cadena del conocimiento que nos liga a través de un vínculo de leche materna a los seres humanos de todos los tiempos y, no hay que olvidarlo, a las otras especies vivientes e incluso a nuestra madre tierra.

Si nos detenemos en este punto y reflexionamos en las tendencias de los últimos años que, basadas en un espurio modernismo, pretenden dejar de lado la lactancia materna, no podemos menos que asombrarnos del atrevimiento que ello representa.

Esta muy sucinta visión de la lactancia como logro evolutivo resultado de millones de años, conviene tenerla siempre presente para enfrentar con respeto y humildad el milagro siempre renovado de la madre alimentando al pecho a su hijo, y constituirnos en firmes defensores y facilitadores de la lactancia natural.

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Estas letras la escribí hace ya varios años. Hoy las revisaba para agregarlas a las meditaciones que tuve al realizar una parte del Camino de Santiago en mayo.
Mientras caminaba muchas veces pensé en estos primeros seres proto humanos que erguidos en sus dos piernas comenzaron a caminar cada vez por mayores distancias. Obviamente muchas veces les agradecí la herencia de esas piernas formidables.

Y aparece en la entrada de la pieza donde escribo esto Juanita, mi nieta menor, quien a punto de cumplir dos años, se resiste aún a emplear demasiado vocabulario y prefiere mucho histrionismo y lenguaje corporal con lo que se hace entender perfectamente.
Y me manifiesta que desea bajar la escala. Y además por si misma.

-Apa, ¡NO!.

Con una mezcla de temor y orgullo la veo como va descendiendo los escalones y siento que el ciclo se cierra en sus pasitos y la sonrisa con que me premia al llegar abajo y ser yo su cómplice compañía.