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domingo 3 de mayo de 2009

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A la muy noble y muy leal ciudad de Oviedo llegué desde el aeropuerto, ubicado bastante en las afueras, en un autobús que me dejó en la estación de buses de la ciudad. Bastante obvio por lo demás.
Tenía reserva en el Gran Hotel Regente del que lo único que sabía, aparte de la dirección, era que quedaba próximo a la Catedral.
Luego de solicitar indicaciones decidí llegar caminando ya que me pareció la única forma digna de iniciar mi peregrinaje. Lo que además me permitiría saber de una buena vez si tenía alguna posibilidad de hacerlo o estaba mal de la cabeza, como se postulaba entre las pocas personas que se enteraron previamente de mi proyecto.
Afortunadamente la marcha fue sin incidentes y creo que la bella ciudad de Oviedo fue amable conmigo dándome un agradable paseo dominical.

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La vista desde mi habitación del hotel. Si la Catedral estaba cerca.

Oviedo me pareció una hermosa ciudad muy agradable para caminar. Esto hice sin cesar en mis dos días en ella.
Un hecho que me llamó la atención es la presencia de muchas estatuas y algunas muy realistas en sus calles.
La primera que vi me sorprendió hasta el límite de dudar de lo que veía.

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Sin embargo su placa de identificación no deja lugar a dudas.

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Luego de saber que existe una ciudad que se permite tal desparpajo mi sentimiento de admiración por ella y sus habitantes sólo se incrementó.

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También vi La Esperanza caminando.

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Y admiré el paso de La Regenta frente a su Catedral.

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Del mismo modo me encontré con un retornado también llamado Guillermo. Se trata de El Regreso de Williams Arrensberg, más conocido como El Viajero. Me sentí muy identificado con él.

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Tampoco faltó la madre lactando que me recordó mi trabajo.

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Incluso mi hotel tenía otro huésped a la bajada del bar que hacía caso omiso de la orden de no fumar.
Y por último en algún lugar me crucé con alguien que me pareció conocido pero ambos íbamos apurados.

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Como no todo podía ser paseo y estatuas allí conocí y me deleité con la auténtica fabada asturiana. ¡Que buena cosa!

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