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domingo 17 de mayo de 2009

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El pulpo de Ezequiel

A lo largo del Camino los peregrinos dan y reciben datos.

Dice la tradición que el viejo bordón además de servir para apoyo y defensa, permitía realizar marcas en él que ayudaban a posaderos y hospitaleros a saber con quién trataban y de donde venía.

Muchas veces en las jornadas previas dentro de ese intercambio de consejos me habían hablado de comer pulpo en Galicia y ya algo había hecho. Sin embargo en esas mismas charlas existía unanimidad que debía hacerlo en Melide y específicamente donde Ezequiel.

Como pueden ver en el link adjunto -en el título- se trata de un mesón popular y ya con gran tradición.

Es un amplio local y los comensales se instalan en largos mesones donde obviamente es inevitable compartir y departir con los vecinos.

Ciertamente eso es parte del encanto del local.

Lo otro es ver y sentir a la entrada grandes ollas donde se cuecen los octópodos.

Al llegar temprano esa noche no existía gran concurrencia pero destacaba una mayoría de peregrinos.

De forma misteriosa y afortunada Paul conocía, probablemente por haber conversado algo en algún lugar de la ruta, a una pareja de alemanes y nos sentamos junto a ellos.

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Ella era una tremendamente hermosa mujer. Se encontraba en la treintena y parecía una rubia estrella de cine. Su pareja era un fornido teutón más bien moreno.
Afortunadamente ella hablaba, además de su alemán natal, inglés y francés. Él alemán y apenas chapurreaba inglés.

Además de hermosa ella era afable y como muchas veces me sucedió, aunque nunca tan gratamente, el compartir la experiencia del camino con sus esfuerzos y alegrías, hacía muy fácil el contacto.

La cena fue especialmente agradable y la delicia del pulpo junto a los brindis de vino blanco creó una amable convivencia.

Su pareja parecía más interesado en demostrar en su relato la eficiencia de su marcha con un detallado recuento de distancias y tiempos. Igualmente mencionó con algo de suficiencia que ellos no alojaban en albergues o pensiones si no más bien tenían reservas en los mejores hoteles disponibles con un itinerario ya definido.

En ese momento, un duende travieso e irresponsable que a veces me acompaña me obligó a decirle a la dama, en francés obviamente, que a eso no le veía ninguna gracia.
Dado que yo andaba con el francés que ella veía a mi lado me daba lo mismo donde descansaba en la noche. Si embargo con alguien como ella sin duda las cosas cambiarían.
Su mirada cómplice y la risa con que respondió fue lo mejor de la noche.

Algo más tarde y a propósito de posibles peligros en las mayores concentraciones de viajeros que nos esperaban más adelante, el afortunado alemán nuevamente con arrogancia declaró que eso a él no le preocupaba. En ese momento se giró algo y abriendo su chaqueta mostró un gran puñal.

Me alegré que no supiera francés.

Finalmente nos despedimos contentos y me dirigí a la estrecha pieza de pensión que compartía aceptando resignado esta nueva prueba que el Camino me enviaba.

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