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sábado 9 de mayo de 2009

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Tineo nos despide entre la niebla al amanecer.

Salí de Tineo acompañado por Monsieur Paul, ciudadano de Montpellier.

Él ya ha cumplido dos etapas previas del Camino y en realidad ha recorrido lo que estimo deben ser alrededor de 800 o más kilómetros y espera esta vez llegar a Santiago.
Refiere que en su intento anterior el mal tiempo y problemas en sus rodillas lo obligaron a interrumpir la excursión.

Tiene experiencia en marcha y si bien no es muy dado a relatar su vida tengo buenos motivos para suponer que fue militar y cumplió labores en el Africa colonial francesa o post colonial. Incluso de pronto menciona estadías en Kabul o algún lugar de ese tipo hace 20 o 30 años.

Él y su familia son protestantes y aún no olvida la Massacre de la Saint-Barthélemy ni perdona a los reyes de Francia. Claramente prefiere declararse del Languedoc y reconoce mucha afinidad con vascos y catalanes.

Actualmente está retirado y participa en labores de demarcación en caminos de trecking en su región.

En suma es un caminante avezado y para mi es un agrado ir a su lado y me permito relajarme dejando que sea él con su muy buena guía y experiencia quien dirija la marcha.

Además ya entendí que para tener un compañero de camino, tan importante como tener cierta afinidad de espíritu es lograr un ritmo de caminata similar.
Y eso lo hicimos con mucha facilidad.

La salida del pueblo permite ver los valles invadidos por la bruma y hacernos conscientes de nuestra ruta ascendente, que inevitablemente será seguida de un descenso más allá.

Me gusta Asturias y puedo entender en los moros, habitantes de cálidas planicies, la falta de entusiasmo en su conquista.

El camino transcurre fundamentalmente por campos y tiene una belleza y calma que a ratos sobrecoge.


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Al estar acompañado logro tener mi foto con “le monstre” como ya comenzamos a llamar a mi mochila.

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Esa mañana pasamos por un viejo Monasterio que en su momento acogió peregrinos y allí descansamos un rato.
La tranquilidad del entorno hacía fácil pensar que habíamos viajado no sólo kilómetros si no además en el tiempo.

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Santa María la Real de Obona.

Pocos kilómetros más allá tuvimos un tramo por carretera que me permitió aprovechar un espejo.

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En Campiello, poco antes de Borres, la guía de Paul advertía que era el lugar para hacer compras y alimentarse ya que en el albergue no había nada.

Allí, en una tienda-bar-cafetería-supermercado-ferretería con un muy buen ambiente, vi a Paul encantado con un bocadillo de tortilla francesa y un lugareño tuvo la amabilidad de demostrarnos como se debe servir la sidra para mejorar su sabor.

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El vaso está en la mano abajo, y no pierde gota.

Finalmente en el Albergue de Borres pude sacarme las botas y lavar la ropa.

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Allí también vi llegar a un joven y alto peregrino alemán cuya cara de felicidad al saludar y entrar al refugio reflejaba bien lo que yo mismo sentía.
De ese modo conocí a
Tom.