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lunes 18 de mayo de 2009

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Ribadiso es una maravilla.

A un cómodo albergue con todas las comodidades necesarias añadan un estupendo bar cafetería adyacente y un hermoso prado a orillas de un riachuelo juguetón con un sol que se asoma y esconde provocando tanto las delicias de una tibia caricia como el estremecimiento del frío por su ausencia.

Y aquí estoy, tendido en el pasto, descansando por exageración ya que el caminar fue agradable y tranquilo.
Y sigo meditando.
Voy y vuelvo.
Recuerdo y ensueño.

Y al sentir nuevamente la tibieza del sol al aparecer una vez más junto al sonido del arroyo, recuerdo tardes en el sur cuando iba al río de mi abuelo a pescar. Al tener un gran afán de lograr éxito en ese propósito no me importaba hundirme lo más posible en esas frías aguas y era la misma sensación de agrado al sentir los rayos de sol que me ayudaban a conservar calor, antes de esconderse en similares nubes a las de ahora.

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Y recuerdo que me dedico a cuidar recién nacidos.

Pequeños a los que mantener una temperatura adecuada hace la diferencia entre vivir o morir.

Añejas lecturas donde se describe el nacimiento de la Neonatología en el lejano París de fines del siglo XIX.

Antes eso si debo volver a mencionar la idea que somos mamíferos.
Al hecho incuestionable que nacemos luego de un período de gestación intra uterino materno y que dependemos de la lactancia para crecer en nuestros primeros meses, no podemos olvidar que somos capaces de mantener una temperatura corporal estable, pese a diferencias importantes en la temperatura ambiental.

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En el año 1798 Napoleón inicia una expedición militar con el fin de conquistar las tierras de Egipto y de esa forma complicar los planes de la Pérfida Albión, Inglaterra, en su expansión imperial.

La expedición en tanto hechos militares no aportó demasiado a su dirigente. Sin embargo en una demostración de genio se hizo acompañar por una numerosa corte de científicos que aprovecharon de estudiar esas tierras.
Así por ejemplo el nombre de la piedra Rosetta y los jeroglíficos comienzan a ser conocidos a partir de esa fecha.

En mis vagabundeos histórico médicos me he enterado que en el viejo Egipto ya habían descubierto el secreto de las incubadoras artificiales de huevos.
Aparentemente no es un tema simple.
Tanto como mantener una temperatura adecuada, que incluso hacia el fin de la incubación disminuye en su requerimiento por aumento en el metabolismo del propio embrión, se debe favorecer el intercambio de gases en la cáscara con cambios de posición del huevo.
Esto lo aprendieron en esa expedición e interesados por el desarrollo de Zoológicos y sobre todo la sección de aves exóticas llevaron esos conocimiento a Francia y en especial París.

En algún momento a fines del siglo XIX un médico aficionado a Zoos y además profesor de obstetricia conoció al artesano encargado de construir incubadoras de huevos en ese Zoo.

En esos años Francia había sufrido un nueva y estrepitosa derrota ante las tropas prusianas en Sedán en 1870 y la cuestión de mejorar y aumentar el número de habitantes parecía de la mayor importancia.
La mortalidad en los recién nacidos era importante e incluso en un grupo llamados niños débiles, o menores de 2000 gramos al nacer, casi del 100 %.
El profesor Tarnier, que así se llamaba nuestro aficionado a Zoos, imaginó que si podía poner a esos niños de poca vitalidad en un ambiente térmico apropiado podría mejorar su capacidad de supervivencia.

Contactó a ese mismo artesano y comenzó a construir incubadoras para los llamados niños fetales.

A las primeras preparadas para un grupo de niños, tal como se hacía con los huevos, prefirió pronto las individuales y comenzó a lograr resultados maravillosos en el número de niños que salían de alta de su maternidad.

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Debo decir que la idea de incubadoras para recién nacidos no fue exclusiva de este médico pero claramente, y así lo reconoce la historia, fue quien las utilizó con mayor espíritu científico e incluso creó una escuela con su discípulo Budin quien avanzó en estos temas y es considerado el padre de la Neonatología.

Y retorno de mi tibia ensoñación al sentir que el sol que me incuba en estos pensamientos se esconde y comienzo a tener frío.

Vuelvo caminando unos pocos pasos al refugio y me preparo para un nuevo día mañana.