
domingo 10 de mayo de 2009
Una vez más inicié la marcha con un ascenso dejando atrás la niebla en el valle.
Partí junto a Paul pero habíamos decidido seguir caminos diferentes.
Él prefería hacer el recorrido por la variante de los Hospitales para intentar evitar el gran descenso y posterior subida que representa llegar a Pola de Allande ya que ella se encuentra en el fondo de un valle.
Por mi parte consideré imprescindible conocerla ya que según mi guía, y cito textual, se trata de una “villa dominada por el imponente Palacio de Cienfuegos (S XIV, reedificado en el XVI)”. ¿Caben más explicaciones?
A poco de iniciar la etapa llegamos a la bifurcación donde nos separamos. Al despedirnos nos hicimos mutuamente una foto con la dudosa esperanza de reencontrarnos más adelante.
Nuevamente seguí caminando solo pero sentía mayor seguridad en mi capacidad de orientación y conocimiento de las señales guías del Camino. Por otra parte mi adaptación al peso de la mochila ya era satisfactoria por lo que mi paso era confiado y disfrutaba de la belleza del entorno.
Ante las variaciones del camino, a veces fácil otras con empinadas subidas, por aquí pedregoso y más allá barroso, pero siempre de una gran belleza no pude menos que hacer la analogía de esta marcha con mi vida.
Tal como ya había entendido la importancia de viajar liviano comencé a disfrutar del simple hecho de estar ahí.
De pronto descubrí a corta distancia dos tipos de florcitas a orillas del sendero.
Ellas me recordaron a mis dos nietas, Clarita y Juanita y agradecí saber que ellas también me acompañan en mi camino.
A mitad de camino pasé por el poblado de Porciles y me detuve un momento en el Bar-Almacén Boto. Allí supe que estaba a 229 km de Santiago, o sea ya llevaba alrededor de 100 km recorridos.
Al cabo de una muy hermosa jornada llegué a la Puela o Pola de Allande.
Enterarme que el Albergue de Peregrinos estaba cerrado hasta el 15 de mayo por lo que si quería alojarme en otro similar debía seguir la marcha hasta Peñaseita a otros 3 km no me complicó.
Decidí que mi esfuerzo bien merecía una recompensa adecuada y encaminé los pasos hacia el mejor hotel del lugar: La Nueva Allandesa, del que de alguna parte saqué se distinguía por su cocina.