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viernes 15 de mayo de 2009

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La Catedral de Lugo nos despide al amanecer

Al recordar mi viaje puedo sentir que hasta este momento lo hacía y disfrutaba más que nada basado en la satisfacción del esfuerzo físico exitoso.
En los primeros kilómetros tuve bastante temor por mi capacidad y varias veces en el frío de la mañana inicial respiré hondo y tosí enérgicamente para facilitar la llegada de sangre a mis viejas coronarias.

Al ver que las etapas se sucedían sin mayores incidentes ya sentía que lo había logrado.
Llegar extenuado a Lugo me hizo reconsiderar las cosas.

Dicen que al hacer este camino uno puede enfrentarlo de varias maneras pero muchas veces surge una comparación con la vida misma.

El trayecto geográfico y temporal como metáfora de nuestros días en el camino terrenal.

Lugo me demostró una vez más que no era invencible, me hizo enfrentar mi debilidad y afortunadamente me volvió a demostrar la importancia de caminar acompañado.

Así, al amanecer pero esta vez ya definitivamente acompañado por Paul, salí sintiéndome muy bien luego del descanso nocturno.

Teníamos un compromiso tácito de seguir juntos y efectuar etapas más breves de 15 a 20 km y sobre todo disfrutar en todo momento del camino.

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Nos despidió el mismo Santiago y en la salida vi una de las señales más discreta de todo el Camino. Una pequeña flecha amarilla, casi nada, que avisaba de un cambio de rumbo. Me alegré de ir tras Paul quien con su guía y experiencia marchaba raudo delante.

Luego de la salida de Lugo el tramo tiene mucho de caminar por orilla de carretera pero los buenos deseos al despedirnos de esa bella ciudad nos acompañaron largo trecho.

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Afortunadamente en otra parte vuelve a ser aquel sendero agreste que me encantaba e incluso supe que en ocasiones caminaba por una antigua calzada romana.

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Volví a ver nuevos hórreos y antiguas iglesias románicas con su cementerio al lado.

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Recibimos el saludo cariñoso de lugareños y finalmente llegamos al albergue provisorio de San Román donde nuevamente me sentí soldado romano al pisar las viejas marcas de su calzada y más aún al ver un miliario poco antes de llegar.

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La llegada a ese refugio fue tal vez la más agradable de mi Camino. Cierto es que sólo eran 19 km pero me sentía como si hubiera sido un simple paseo.
Más aún que allí nos reunimos varios peregrinos ya conocidos de etapas previas y compartimos vituallas haciendo una muy agradable cena colectiva esa noche.