
domingo 10 de mayo de 2009
Mi problema inicial en Pola de Allande o la Puela fue ubicar el Hotel.
Es una pequeña población e imaginé que no tendría mayores inconvenientes en hacerlo.
Para esto me dirigí a dos personas que estaban a la entrada de un bar.
Al preguntar por el hotel uno de ellos, probablemente por mi aspecto, decidió que debía dirigirme hacia el próximo albergue de peregrinos.
Este como yo ya sabía se ubicaba fuera del pueblo y cuesta arriba.
Parecía no entender que yo quería el hotel del pueblo o tal vez no me consideraba suficientemente calificado.
Por suerte el otro, más añoso y comprensivo, pareció aceptar de buen grado el hecho que un caminante pudiera salirse algo del trayecto y gozar de mayores comodidades.
Debo reconocer eso si que en este intercambio existió cierta dificultad lingüística ya que ciertamente yo hablaba español chileno y ellos asturiano con poco de español.
Finalmente, el Mayor, tuvo la gentileza de acompañarme hasta la misma entrada de la Nueva Allandesa.
Como en muchos otros pueblos, el hotel se caracteriza por tener en su planta baja una cafetería bar y si bien este además tenía su lobby de ingreso, siendo domingo estaba cerrado y el bar era el lugar de recepción.
Allí atendía una muchacha joven. Por ella me enteré que tenía habitaciones disponibles y además existía una tarifa o programa de peregrinos. El inconveniente era que siendo festivo la cocina cerraba en la noche y no tenía claras las condiciones del hospedaje.
Ante esta situación me sugirió simplemente tomar la habitación y realizar más tarde los trámites.
El encargado, llamado Don Antonín como creí entender, estaba por llegar y con él podría formalizar el ingreso.
Estando cansado y con ganas de ducharme me pareció un excelente ofrecimiento que acepté feliz.
Al bajar bastante recuperado luego de mis abluciones pude conversar con el encargado.
Me acogió con simpatía y salvo tomar mis datos haciendo algunas observaciones acerca de mi apellido y su origen, no aceptó tratar el tema de tarifa.
Si me señaló que tenía el almuerzo a mi disposición y como no tendría cena contara desde ya con otro almuerzo al día siguiente amén del desayuno.
¡Que buen almuerzo tuve!
A ratos me reía de pura felicidad y pensaba lo bueno que podría ser compartirlo con amigos y en especial mi consuegro Joaco.
Si creí que había disfrutado de la fabada en Oviedo acá estaba en el paraíso de las fabas.
Ese día conocí el pote asturiano con berzas y la deliciosa col rellena.
Descubrí que en mi caso el ejercicio no da más hambre o que la cocina de esa tierra además de excelente es contundente.
Luego del almuerzo salí a conocer el pueblo y en especial el Palacio de Cienfuegos.
Es verdad que domina el pueblo y se aprecia un caserón impresionante.
Subí una empinada calle y llegué al lugar donde se ubica. No tenía mayores indicaciones y parecía abandonado.
Luego de algunas dudas decidí franquear un pequeño cerco y llegar a sus murallas.
Mientras las admiraba en su solidez y cantidad de piedras empleadas se acercó un joven que quería saber quien era yo y que hacía allí, lo que hizo amablemente.
Me identifiqué como peregrino en el Camino de Santiago e interesado en conocer lo que para mi era un hito destacado debido a mi apellido.
Ante su mirada con algo de incertidumbre exhibí mi carné de identidad que le aclaró mi nombre y procedencia.
En ese momento me explicó que dicha construcción pertenece a su familia desde ya varias décadas o tal vez siglos. Asimismo me aclaró que lo que para mi parecía una ampliación de dudoso gusto en realidad ya contaba con más de cien años, como creí entender.
Me quedó claro que las medidas del tiempo en esas tierras son más complejas que en las mías y luego de agradecerle nos despedimos con mutuos deseos de éxito.