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martes 12 de mayo de 2009

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Desperté temprano luego de mis sueños agitados y desayuné las provisiones que había conseguido la tarde antes.

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En la panadería conocí las hogazas que creía existían sólo en viejas novelas. Esta acompañada de queso manchego curado y jugo fue un estupendo desayuno.

Dejé las llaves en la cafetería y emprendí la marcha.

Tal vez el descanso me hizo bien ya que estaba realmente contento de caminar y me sentía en plena forma.
No me sorprendí cuando un poco más adelante alcancé a dos peregrinas. Eran Lydie y Brigitte.
Con ellas apenas había conversado el día antes a la llegada a Grandas cuando algo las orienté en conseguir habitación en la pensión.
En ese momento las saludé e intercambiamos unas pocas frases de cortesía. Yo prefería hacerlo con Lydie, quien era suiza y además de inglés hablaba francés, lo que hago mejor. Brigitte en cambio era austríaca y hablaba alemán e inglés. Y como mi inglés chapurreado no era muy adecuado al cabo de pocos pasos me despedí y las dejé atrás.

En una parte el camino tenía a su lado una charca llena de ranas croando que me recordó a mi amigo y compañero de estudios Mario P., destacado neuro fisiólogo quien ha estudiado el canto de ellas por varios años.
Al oírlas tan alegres volví atrás en el tiempo.

Al completar mis estudios universitarios inicié mi trabajo profesional en el sur de Chile. Trabajé cuatro años en el Hospital de Purranque como médico general.
El verano de 1977-78 apareció Mario quien recorría ese sur en vacaciones. Interesado en el canto de las ranas traía consigo una enorme grabadora y aprovechaba su tiempo libre para obtener registros de los cantos “regionales”.

Luego de una muy grata conversación lo acompañé la misma noche de su llegada con su grabadora al campo cerca de mi casa donde existían charcos y se sentían cantar sus sirenas.
Ante el repentino silencio que se produjo a nuestra llegada supe, como él me explicó, que a veces las malvadas se callan cuando llega un investigador.
Volvimos a la casa donde luego de varias conversaciones y algunos tragos nos atrevimos a salir nuevamente y pudo finalmente grabarlas.

Las ranas asturianas no tienen complejos como aprecié mientras pasaba a su lado.

Seguí lleno de entusiasmo mi camino por algunos kilómetros y cuando se inició una suave llovizna decidí descansar a la orilla del camino protegido por un paradero de buses. Aproveché de beber agua y terminar mi hogaza junto con chocolate, como me había enseñado Paul.
En eso estaba cuando veo aparecer a Lydie quien avanza con un paso tranquilo y sin aspavientos y me saluda al pasar. Más atrás ya se veía aparecer a Brigitte.

O sea mi estupenda marcha apenas me mantenía al ritmo de esas damas. Esa fue una lección de humildad para mis reales posibilidades y en pocos días el camino me daría otra todavía más contundente.

Haciendo de tripas corazón volví a caminar y esta vez lo hice al lado de Lydie por varios kilómetros.
Supe que tiene 72 años y es una caminante de gran pedigree. Ha realizado varias veces el Camino de Santiago, por diferentes rutas. En su natal Suiza acostumbra usar raquetas para caminatas en nieve y por supuesto realiza con frecuencia marchas diversas. Es además una viajera empedernida. Esos antecedentes me tranquilizaron y ayudaron a mi ego maltratado por lo que comencé a disfrutar una estupenda conversación que nos permitió conocernos un poco mejor.

Ella me dio otro consejo de marcha:
Mi bastón le pareció liviano y me recomendó usar dos con mejor sistema de bloqueo. Así lo hace ella y estima que de ese modo se distribuye mejor el esfuerzo y las rodillas en especial lo agradecen.

Para demostrarme a cabalidad su afirmación en una zona de descenso se lanzó hacia abajo a  saltos apoyándose en forma alternada en sus bastones.
¡Yo no lo podía creer!
Allí estaba esta bella chiquilla saltando feliz delante mío con su mochila a cuestas, cuando yo a ratos cuidaba cada paso que daba en zonas escabrosas por temor a pisar mal y caer sufriendo daños irreparables.

Gracias Lydie por enseñarme que el Camino se disfruta.

Una vez superado el Alto del Acebo nos separamos ya que ella quería tomar un café aprovechando una cafetería que apareció a nuestro lado.

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La primera señal gallega. Si, apunta al revés.


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Grandas 19 km atrás. Fonsagrada a 9 km. Esa es mi tarea para el día.

Poco antes de llegar al refugio en Fonsagrada se debe subir una cuesta bastante importante. Afortunadamente ya mi nivel de endorfinas y capacidad de caminante había mejorado considerablemente, o por lo menos yo así lo estimaba, por lo que no sentí mayor agobio y realicé lo que estimé una llegada bastante digna.
Este albergue es más grande y esa tarde el grupo de peregrinos era más importante.

Lo mejor fue que dentro de los peregrinos ya instalados se encontraba Monsieur Paul y la alegría por el reencuentro fue mutua.