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sábado 16 de mayo de 2009

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Desde San Román teníamos dos posibilidades:
Seguir hacia Melide, lo que representaba 30 km, o dirigirnos a Palas de Rei con apenas 15 km.

La mañana se inició fría y lluviosa lo que sumado a nuestra decisión de lograr el mayor disfrute posible en lo que nos quedaba de camino no permitió mayores dudas. ¡ A Palas !

Esa jornada la recuerdo con mucho caminar por carretera o a su vera y una triste llovizna que nos acompañaba.

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Recordé mis días en el sur de Chile y acepté que es el precio que debemos pagar por todo el verde que nos rodea.

Con Paul hablábamos de todo y nada.

Por él me enteré que en realidad Rolando, si el de la canción, no cayó en Roncesvalle luchando contra los moros. Más bien fueron los vascos que no estuvieron de acuerdo en ver llegar a sus tierras un ejército invasor y se unieron para darles la tunda.

Compartió conmigo una oración del peregrino que le dio más sentido a nuestros pasos.

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Y la lluvia caía lenta y suave mientras caminábamos y la conversación se balanceaba al ritmo de los pasos.

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Vi a Paul volver a poner la piedra caída de un cerco con el simple comentario que al hacerlo mantenía la estructura y le permitiría permanecer erguido por más tiempo.

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Nos refugiamos cuando la lluvia arreció en una parada de autobús y nos deleitamos con unos tragos de agua y pan con queso y chorizo.

A Palas de Rei llegamos cerca del mediodía.

Es una ciudad donde claramente el flujo de peregrinos ya se hace notar.

Allí nuestro tranquilo camino primitivo se reúne con el transitado camino francés.
En la ciudad se nota esa influencia y son numerosos los comercios y albergues que apelan a atraer peregrinos.
No deja de ser satisfactorio cruzarse con otros viajeros que andan en lo mismo y recibir y dar el saludo:

- ¡Buen Camino!

Siempre acompañado de una sonrisa.

En ese momento llovía intensamente y dado que el albergue de peregrinos abría en tres horas más decidimos encaminarnos directamente a una pensión.
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Acabo de darme cuenta que la fecha no coincide, pero si lo hace el precio total que dividimos y el hecho que la habitación tenía baño compartido al final del pasillo.

Me acordé de un viejo hotel en Francia,
Saint Fort sur Gironde, donde alojé una noche con Marta, mi hija y una amiga suya. Llegamos tarde luego de haber extraviado la ruta. Era un pequeño pueblo y el letrero del hotel sobre la plaza era lo más visible.
Tenía un bar donde atendía una mujer que nos recibió y entregó las llaves de dos habitaciones, sin baño. La cara de todos nosotros no debe haber sido la más alegre pero no había elección.
Para la sorpresa general luego de haber pagado la noche y recibido las llaves, incluso sin haber conocido los cuartos, la dama anuncia que debe ir a realizar unas diligencias por lo que nos deja en nuestra casa y dando las últimas indicaciones de donde dejar las llaves, se retira.
Recién entonces comprendimos que teníamos todo el hotel para nosotros y el asunto del baño daba de verdad lo mismo.
Esa noche tuvimos una hermosa luna llena y las campanadas de la vieja iglesia como única compañía.

En Palas, al momento de ir a almorzar nos encontramos con Lydie, quien ya lo había hecho y estaba alojada en nuestra misma pensión.
Tuvo la gentileza de recomendarnos y acompañarnos al restaurante que acababa de abandonar haciendo eso si la advertencia que si bien la comida era buena y el precio conveniente, la chica que atendía no era demasiado simpática.

Finalmente luego de una buena comida caliente y una mejor conversación, incluso con comensales de una mesa vecina, finalizamos con un café y un schnaps.

La chica de verdad era parca pero al menos logré sacarle una sonrisa al hablarle en español.